Las vacaciones del escondite

El “escondite” (esconderite, decíamos de niños) es un juego infantil que parece estar por encima de móviles y tablets. Me alegra verlo practicar por los niños de nuestro tiempo, aunque cada vez sucumben más al encanto de los videojuegos. Pero en sí mismo el juego puede ser una parábola de nuestras vacaciones.

Las vacaciones del escondite

Queremos aislarnos y olvidarnos de los agobios urbanos, pero no queremos perder protagonismo y el choque emocional que trae bajo el brazo el encuentro virtual o real de la ciudad. Parece que huimos a la soledad y a la España vacía, pero seguimos anhelando, como en el juego que nos busquen.

Necesitamos ser encontrados y por eso estamos colgados de auriculares y whatsapp, no vaya a ser que nadie esté pendiente de buscarnos. El clik es la moderna llave de la comunicación. 

Nos vamos de vacaciones con propósito de aislarnos y descansar, pero buscamos ansiosamente todas las ventanas de comunicación y consumismo para sumergirnos en una espiral de relación y masificación. 

Confundimos las vacaciones con macrodosis de diversión, entretenimiento y comunicación como si tuviéramos que exprimir las vacaciones para ver y probar todo.

La vida diaria nos exprime en aras de una producción  y hay que aprovechar las vacaciones como liberación de lo que nos atenaza durante el año. Hacer lo contrario de lo que estamos obligados a hacer durante once meses. Pero quizá olvidamos que lo que hacemos no es lo que realmente nos esclaviza sino el modo de hacerlo. Nos convertimos en esclavos de un supuesto descanso, que solo es el disfraz de  nuevas actividades que nos empujan a donde merodean todos. El colmo ha sido estos días la noticia de aglomeración en las cimas del Everest. Y siguen mandando las prisas y el estrés como en nuestro día laboral, donde cada día se impone más el fichar a tiempo

Hay mucho espejismo en la manera de entender las vacaciones. Nos hacemos la ilusión de que son alivio del ritmo anual, pero acaban generando frustración y cansancio. No cumplen un efecto reparador que anhelamos; solo suponen cambio de actividad, con la falacia de que así recuperamos fuerzas. Con ello seguimos llenando nuestra vida de ruidos, de presencias agobiantes y de estrés, como si no pudiéramos vivir sin ellas, igual que el niño del juego no puede estar escondido indefinidamente.

Inútiles son nuestras vacaciones si nuestra mente no consigue aislarse de la intrusiva oferta turística y si no logramos vivir sin la ración diaria de terraza. 
San Francisco y san Antonio se adentraban en la soledad para no ser encontrados y disfrutar de la paz, de la naturaleza y de Dios. San Francisco incluso hacía pruebas de verdadero escondite con Fr. León en el Alvernia

Valentín Martín

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