Diálogo de Cuaresma
La vida, como problema, está planteada en forma de diálogo. Diálogo no es el discurrir plácido en divagaciones intrascendentales, ni el charlar gitano en la plaza o en el parque.
Diálogo es distinción, es el hablar digno que busca una conclusión que alumbra una oscuridad o rectifica una postura. Lo demás, no pasa de comadreo insustancial o lodorrea incontinente.
He dicho que la vida, como problema, está planteada en forma de diálogo. En cada uno de nuestros asuntos hay un momento previo de indecisión, es el que corresponde exactamente al diálogo. Discutimos las razones de conveniencia o inconveniencia. En nuestro interior sostenemos un diálogo que será más angustiado y más tembloroso cuanto más arduo y trascendental sea el negocio.
Cada uno de nuestros problemas entraña un diálogo.
Invitación de la Iglesia a dialogar.
La Cuaresma actualiza cada año los tremendos problemas que la humanidad tiene pendientes, y la Iglesia, nuestra Madre, nos invita a dialogar con valentía. Digo con valentía, porque la valentía y la sinceridad son las que valorizan este diálogo y le dan altura y magnitud de meditación hablada, porque en última instancia y aunque parezca paradógico, este diálogo que entraña la vida, es reducir a hablar uno consigo mismo, o a hablar con los demás para entenderse uno así propio; y este diálogo solo lo sostienen los sinceros, que se quieren conocer, porque aborrecen vivir en la mentira, y los valientes, porque están dispuestos a rectificar todo lo insano que hallen en sí y aceptar el deber, que es el final forzoso de todo diálogo.
Este diálogo que dramatiza toda la vida, es la forma sacramental con que la razón se encara con el alma en el fondo de la conciencia, por eso no es extraño que solo los valientes y los sinceros se atrevan a sostenerlo.
Cuando hemos obrado algo, no quedamos en el reposo inerte de la máquina que para quieta, babeando grasa. Nosotros paramos por fuerza, para iniciar un movimiento de repliegue hacia el interior. Al término de cada acción, un ser misterioso en rígida postura policiaca se encara con nosotros y nos requiere con frialdad imperturbable: “Qué es lo que has hecho? Este es el diálogo apasionante que entraña la vida.
El por qué del horror al diálogo cuaresmal.
El hombre habla mucho, y charla con placer y fruición, pero le horroriza sostener este diálogo. El mundo mira con repugnancia la Cuaresma. ¿Sabéis por qué? -Dice el atormentado Unamuno -pido permiso a San Antonio para traer esta cita en su revista- “que el hombre habla mucho con los demás, porque huye con horror de sí propio”. Se refiere de él. -Sigo hablando de Unamuno-, esta anécdota. En los últimos años de su vida, se inauguró en la escalinata principal del colegio de Anaya, de Salamanca, un busto suyo. Y Unamuno, que hasta aquel día había subido por aquella escalinata, no la volvió a pisar. Preguntado por qué lo hacía, respondió: “Es terrible encontrarse uno consigo mismo”. -¡Ya lo creo que sí! Hace falta ser muy valiente y muy sincero.
Hay muy pocos valientes en el mundo, por eso anda el mundo tan de espaldas a estas tremendas verdades, que la Iglesia nos presenta en estos días de Cuaresma y que encaran al hombre con su propia conciencia en diálogo discriminador.
Hablemos menos y dialoguemos más.
La vivacidad del diálogo será el índice de la intensidad de nuestro vivir espiritual.
Fr. Leandro Bilbao
Publicado en el número 14 de la revista el Santo el día 13 de abril de 1943